Recuerdo los días en que
mi madre aún caminaba por el mismo plano dimensional que yo antes de
que su halito vital se transmutara en buena vibra que recorre el
mundo, dándole a ella una migración hacía un plano inimaginable y
profundo desde donde me gusta pensar que es muy feliz, plena y de
repente guía algunas buenas acciones de mi persona para con el mundo
y para mí y a veces dirige el Dharma que me corresponde. A veces.
En esos días no todo era
perfecto y muchas veces, incontables en realidad, nuestras similares
personalidades chocaban generando explosiones atómicas que
extinguían las partículas de oxígeno entre nosotros causando una
sensación de asfixia sólo a la vista, periodos prolongados de
abandono del uno por el otro o alguna frustrante discusión sin fin
donde muchas veces no lograba comprender que en su infinito amor por
sus hijos, tan bien era una mujer adulta junto con toda la paradoja
que puede acarrear el hecho de ser madre, mujer, profesionista aunado
a miles y miles de otras características y personalidades.
En los silencios y los
momentos separados sabíamos que por más largos que fueran (incluyo
ese año entero donde no nos dirigimos ni la mirada), algo siempre me
decía que mi madre estaría mi lado siempre… Nunca estuve tan
equivocado ni tan certero en ninguna afirmación en mi vida.
Recogerla del suelo inerte cuando sucedió el beso de la noche eterna
ese trágico día de noviembre fue algo helado, tétrico y
sorpresivo, pero al mismo tiempo algo esperado que me dejo lleno de
incertidumbre, un vacío que se llenó solo cuando entendí, cuando
sentí que mi mamá está en cada paso que doy en mi vida y que
siento que está orgullosa de mí, pero que además siempre me guía
para ser mejor y para intentar hacer algo mejor del mundo aunque sea
con el desprendimiento de una sonrisa y un abrazo verdadero, tal cual
ella me los daba incondicionalmente.
Todos sabemos que nuestra
madre es la mejor del mundo, así que sería tonto competirlo y hacer
declaraciones que causen polémica y roces, pero en un pequeño
homenaje a ella quiero expresar que hasta en los peores momentos ella
siempre era impecablemente hermosa, sonriente, fiestera, platicadora,
elegante, amorosa, cariñosa, firme de convicciones, negociadora,
divertida, abierta, tierna, creativa, distraída y sorprendente; un
cúmulo de maravillosas cosas que evidentemente nunca dejas de
extrañar, pero que sabes que está en un mejor lugar… Si, sólo lo
sabes, en especial porque la sientes tan cerca siempre que no hay
manera de estar equivocado. Es la paz que nace en el descanso detrás
un sufrimiento prolongado, un amor ilimitado de cariño sin mesura y
una ternura que se profesa en religiosa devoción maternal; es así
que nunca me siento sólo y que recuerdo en los momentos más oscuros
que siempre me está observando y riega tropiezos en el camino,
tropiezos de manos tendidas en mi ayuda que me recuerdan esa afecto
tan especial, dibujado en otros rostros y personas, haciendo
remembranzas entre sonrisas sobre mi querida madre que estará en mi
vida para siempre.