jueves, 12 de junio de 2008

Aún hay más… ¿nostalgia?


Será un domingo, hace dos semanas, que fui a la “miscelania” más cercana por algo que calmara el antojo, producto de una cruda mortal; ahí encontré a una población de locales embelesados por una zumbante televisión donde se sintonizaba el Canal de las Estrellas.

Fue una cita con el destino encontrar, en un atuendo posiblemente comprado en Izazaga (que haría a una pollita nocturna de-la-logia-de-sexo-servidoras sentir envidia), a una platinada Yuri, quien presentaba un documental acerca del finado vocalista de K-Paz de la Sierra: parecía que la güera “hasta iba llorar”, así tuviera que meterse una cebolla gigantesca en la cuenca del ojo para lograrlo… sí, así de natural fluía el programa Noche de Estrellas.

Afortunadamente, mi antojo pudo más que el trance y me zafé de atravesar el via crucis lacrimógeno de dicho homenaje, pero como producto de esa exposición involuntaria, se activó mi acervo polvoso de imágenes domingueras donde Raúl Velasco (que Diosito me lo guarde) dictaba el cánon. Una embolia de recuerdos brotó de ese olvido voluntario, para desahogar torrentes pueriles del Chavo del Ocho, Katy la Oruga, Los Polivoces, mas un sinfín de novelas y caricaturas de antaño.

Con mi cahuama Corona bajo el brazo, de regreso a mi dulce cubil de resaca, meditaba sobre aquel tradicional Siempre en Domingo donde se presentaban talentos nuevos y/o reconocidos, nacionales o internacionales. Un halo de bondad regresó a mi, cuando recordé aquel ambiente familiar que guardaba a este programa como un ritual para el último momento de la semana, en una misa que sumaba niveles de hasta 350 millones de espectadores tras 1400 horas al aire. Noche de Estrellas, por lo contrario, expone a una veterana diva en su turno como Hostess Triple A, en una misa pagana de recurrente fórmula que saquea la tumba de aquella arcana institución del entretenimiento dominical… Jíjale, qué crimen.

Seguí en la meditabunda acción de encontrar por que habíamos perdido el camino en las cosas que en algún momento nos dieron risas y sueños, por que ahora son quimeras de puberto calenturiento-erotizado o en el mejor de los casos, pesadillas de un ayer perdido.

Es de “conocencia” popular que los refritos nunca terminan, se transforman cual madrota remasterizada de Tlatelolco - es la misma gata, pero revolcada -; la idea es seguir vendiendo con el arca de viejos otoños mexicanos. ¿porqué pervertir el original?

Como pueblo, esto nos deja bien lastimosos de la “identida’” y para prueba, basta un póster de Chaplin, Elvis o Brigitte Bardot: otras sociedades tienen bien identificados a sus santos de la cultura pop, y les gusta venerarlos y recordarlos, tal como fueron no como se ven con un facelift mediático, recién levantados de su tumba.

Cuesta harto encontrar un póster del Chavo del Ocho, pero se puede obtenerlo “por lo que viene siendo” $3.50 más IVA en tu cel; imposible siquiera conseguri un póster de novelas (Ludwika Paleta en Carrusel, por ejemplo) o del mismísimo predicador de los domingos, Raúl Velasco, a quien no se encuentra ni aunque se le rinda una plegaria al Santo Niño de Atocha.

La tirada, es que nuestra identidad colectiva no cuaja al cien por ciento, hemos sido invadidos por calcas mal hechas - cual puesto de VCDes en el folklórico barrio de Tepito -; rubias de atuendo espléndido y escotes levanta muertos; caricaturizaciones a medio cocinar y hordas de contenidos celulares con voces e imágenes, que nos despojan del sentido de tener y guardar esos recuerdos, que al final deberían unirnos cual muégano. Aún no te revuelques en tu tumba Raúl Velasco, por que todavía estamos en proceso de encontrarnos como pueblo… a ver dónde terminamos.

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